El Héctor se cogía a su prima retardada


Terreno BaldioLa casa, una minifalda, o sea, con cimientos y bloques hasta el metro veinte de alto y luego de madera y techo de zinc. Se ve que la casa tuvo una pared completa de ladrillos, pero se derrumbó y pusieron una esterilla como remiendo. En el 72, el padre del Héctor murió aplastado cuando esa pared se derrumbó. Doña Yeya, salvó de milagro a sus hijos. Aún se sentían las réplicas del temblor. Los miles de techos de chapa, eran una caja de resonancia que amplificaban el terror. Aún caían los mangos maduros dando unos golpes secos en la tierra polvorienta, cuando el saqueo comenzó. Primero los vecinos más cercanos, luego, de a poco, miles fueron llegando a llevarse lo que podían. Entre las cosas más valoradas, Doña Yeya recordaba unas botellas de wisky y un jamón entero.  Ella no dudó en dejar a su marido bajo la pared y salir corriendo con sus hijos a traer lo que más pudieran del centro comercial.

Seis años más tarde, el Héctor tendría 13 años. Su madre se iba con el Horacio, su hermano menor y quedaba solo en casa. Con la verga parada, escondido entre las plantas del jardín, lo encontré pajeandose. Me saludó con la mirada y una sonrisa, sin parar de pajearse. Acabó y como quién termina de comerse un postre y me contó que estaba por culiarse a la Silvia, su prima retardada. En una hoja de plátano, se limpió el semen de las manos y nos pusimos a jugar al beisbol. El picheaba y yo bateaba. Al rato llegó la Silvia, una flaca dientuda, de unos 20 años, con una muñeca de trapo chorreándole del bolsillo. El Héctor la trató como a una nena y la llevó para adentro con la escusa de darle un regalito. Al rato se oían los gemidos de los dos. Yo los miraba a travez de unas fisuras en la pared.

Después de un rato me aburrí y me fui a ver si era cierto eso de que había un sitio baldío en dónde la tierra estaba tan caliente que se te derretían los zapatos.

Deja un comentario